Época: Barroco Español
Inicio: Año 1629
Fin: Año 1631

Antecedente:
Velázquez, pintor de pintores

(C) Ismael Gutiérrez



Comentario

El cómodo viaje de estudios a Italia fue autorizado por Felipe IV en junio y se desarrolló entre agosto de 1629 y enero de 1631. Velázquez partió con grandes medio económicos -el sueldo asegurado y dinero extra para el viaje-, con recomendaciones de Olivares a los embajadores españoles y cartas de presentación de varios embajadores extranjeros para sus señores. Desde Barcelona, la comitiva de Ambrosio Spínola en la que iba integrado Velázquez, llegó a Génova, punto de partida del recorrido del pintor hasta Venecia; Velázquez admiró a los maestros del siglo XVI y copió algunas obras de Tintoretto. En dirección hacia Roma, se detuvo en Ferrara, Cento -donde residía Guercino, uno de los grandes pintores italianos del momento-, Loreto, Bolonia y finalmente Roma, con sus tesoros, especialmente las obras de Miguel Angel. A la vuelta, Velázquez embarcó en Nápoles.
En Roma, principal etapa del viaje, Velázquez contó con el apoyo del cardenal Francesco Barberini, sobrino de Urbano VIII, por cuyas gestiones fue alojado en el mismo Vaticano, en habitaciones que, al parecer, eran demasiado solitarias y estaban a trasmano para llegar a la Capilla Sixtina que tanto le interesaba. El cardenal había estado en Madrid en 1620, se interesó por la arquitectura y fue retratado melancólico y severo por Velázquez, según criticó Cassiano dal Pozzo. La incomodidad del alojamiento y la proximidad del verano le hizo poner sus ojos en Villa Medici, la propiedad del Gran Duque de Toscana, donde, tras algunas gestiones diplomáticas, pudo residir algunos meses.

En 1630 Roma era el hervidero artístico del mundo y en él, hasta el más exquisito pintor de retratos del natural -título con que fue presentado al Duque de Toscana-, tendría que aprender. El naturalismo sobrevivía en las manifestaciones pintorescas de los bamboccianti y el clasicismo romano-boloñés detentaba la representación del arte oficial. El desarrollo de la pintura barroca, con sus ciclos decorativos al fresco hizo volver la vista a Parma y Venecia, generándose una corriente de neovenecianismo colorista y dinámico que impregnó todas las manifestaciones pictóricas. En este ambiente se desarrolló la obra de Pietro de Cortona, Poussin, Claudio Lorena, Bernini o el propio Velázquez.

Apolo en la fragua de Vulcano (La fragua) y La túnica de José son las dos grandes pinturas fruto del primer viaje a Italia, pintadas por puro deleite personal, casi como demostración del entronque del pintor entre los maestros reconocidos de Roma. Posteriormente fueron traídas a Madrid y ofrecidas a Felipe IV, quien libró su pago en 1034. El repertorio de enseñanzas académicas que el pintor había recibido en Sevilla, aparente y sistemáticamente negadas, se renovaron en Roma en estas dos composiciones complejas, plagadas de desnudos heroicos, en exquisito equilibrio y bien coordinada composición. Desaparecen las inconexiones antiguas, aún visibles en Los borrachos, y el orden interior se refuerza con los affetti, las expresiones individuales de cada personaje reaccionando ante los acontecimientos, según la teoría artística italiana.

La atmósfera unitaria se derrama en amplios escenarios, desconocidos hasta ahora en Velázquez, y envuelve suavemente a las figuras, alejándose definitivamente del tenebrismo. A su modo, cada uno de los dos lienzos son homenajes a los maestros italianos de sensibilidad más afín a Velázquez, pues mientras en La fragua surge el lirismo equilibrado de Reni, las tintas más densas de La túnica de José evocan a Guercino. Acompañando a esta evolución formal la técnica se hace más fluida, con contornos levemente desvaídos, y en el color surgen excepcionalmente en Velázquez tonos amarillos anaranjados característicos de Roma y Nápoles, junto a los grises verdosos de la paleta velazqueña.